Crónica de un viaje por los mares del Sur | EXPEDICIÓN KAWESKAR

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POR ADRIAN CURT DANNEMANN

La Expedición Kaweskar zarpó a finales de diciembre pasado desde Punta Arenas, Chile. Adrian Curt Dannemann y Gonzalo Mejía navegaban en el Antipode, de Christophe Auguin, para hacer parte de la ruta de Magallanes, en el sur chileno. El “Antipode” es un velero de 55 pies, liviano y veloz, construido en aluminio. El periplo llegó hasta Caleta Tortel. Aquí va una sinopsis del diario de a bordo.

Día 1. Apenas zarpamos el 30 de diciembre de Punta Arenas, con mi amigo Gonzalo Mejia tuvimos que sortear una flota de alrededor de 15 buques factoría “cárcel”, pesqueros coreanos que salían al mar a llenar sus bodegas con pulpos patagónicos. Su tripulación está conformada por presos condenados en Corea, que pasan al menos dos años a bordo sin bajar a tierra, trabajando para la comunidad y proveyéndola de alimento. Las Armadas chilena y argentina deben haber autorizando la pesca mediante algún convenio. Al verlos pasar, sus cascos y equipos detonados te transportan a escenas de la película Waterworld, en la guerra por el agua y los alimentos. Nada más cerca de lo que se vendrá algún día no muy lejano.

Comidas. Nuestra comida a bordo para 25 días sin reabastecimiento fue ampliamente resuelta por nuestro capitán Christophe Auguin, quien saló la carne y la colgó en la popa. La trozábamos día por medio. Un cordero, 50 chorizos y 15 kilos de carne salada se conservaron hasta el último día sin heladera ni freezar, como lo hicieron los antiguos piratas y como acostumbran a hacer los veleros que parten rumbo a las Georgias y la Antártida. Pero todo no era tan salvaje: como buenos franceses de buen comer, no faltaron el pan casero, la mayonesa de ajo, la crema chantillí, los bifes tártaros crudos, las patas de cordero a la parrilla, guisos varios, centollas frescas, petit gateau y una decena de exquisiteces, que cada uno de los seis tripulantes que participamos disfrutábamos al momento de la guardia de cocina.

Un fin de año muy diferente.
Cronicas del 31 de diciembre a bordo del Antipode.
Despedimos el año al sur de la isla Carlos III, en el medio del Estrecho de Magallanes, donde una colonia de 120 ballenas yubarta (también conocida como ballena jorobada), de 16 metros, con aletas de hasta 6 o 7 metros, vienen todos los veranos a alimentarse (bajan desde México camino a la Antártida). Hoy divisamos algunos lobos y un pingüino de Magallanes. También algunos albatros bastante grandes. El estrecho está increíblemente amigable. Auguin nunca lo había visto así: parece una navegación a Piedras Blancas en el Nahuel Huapi. El mar está planchado. Tenemos viento de proa de unos 15 nudos. Hay mucho sol.

Auguin nos comentó algunos datos respecto a cómo hacen las empresas en Francia para sponsorear veleros de la Vendée Globe (la Vendée Globe es una regata que supone dar la vuelta al mundo a vela en solitario y sin escalas) En general recuperan su inversión de 1 o 2 millones de euros antes de la partida, y si gana, como gano nuestro capitán, la empresa multiplica su inversión 100 veces por lo menos. Es como ganar en un casino, dice. También nos cuenta lo noble que son los veleros Open 60: que sus curvas polares son similares a las de un tornado, que navegan a 22 nudos promedio, que son extremadamente estables. En el Antipode, se encuentra el hijo de Auguin, gran navegante ya, con solo 19 años. Tiene puesta una campera bastante usada pero con historia: es la campera que Auguin usó en el Geodis, nave con la que ganó la última vuelta al mundo en solitario.

Brindamos por el año nuevo, felices de haberlo terminado solos aquí entra las ballenas del mar austral. Vimos muchas madres y sus cachorros alimentándose en el mar. Incluso dos pasaron por debajo, a unos pocos centímetros del Antipode (cabe mencionar que son practicamente más grandes que nuestro barco y el doble de pesadas). Luego preparamos una carne al horno con papas, y mientras que se cocinaba, realizamos un brindis con champagne, festejando el comienzo del 2015, a pesar de que eran las 22 horas. No hubo formalismo: en Francia, Argentina, Uruguay, Alemania y Chile el año empieza a diferentes horas y como tenemos a bordo todas esas nacionalidades, no hay necesidad de esperar a las 12. ¡¡¡Así que voilàààààà y Feliz Año!!!


Puerto Bueno, rock and roll y notas del 2 de enero
Hoy tenemos un pronóstico de aumento a fuertes vientos del Norte por lo que en un rato bajaremos un nuevo grib de meteo para constatarlo, y de ser así, buscaremos refugio en alguna caleta de las tantas que hay. Estuvimos analizando Puerto Bueno, que tiene cerca un lago de agua dulce para reabastecernos y está sobre el Canal Sarmiento, a unas 40 millas de acá. Estimamos arribar tipo 9 de la noche…. Will see. El grib que acabamos de bajar dice que soplaran 60 nudos afuera y quizás 80 adentro, así que Auguin decidió apresurarnos a buscar resguardo. Estimamos permanecer al menos 3 días al reparo, aguantando el temporal.

A media mañana nos pusimos a charlar con Christophe sobre algunos barcos que vinieron al sur. Nos contó la historia de un francés que le compro una isla en Malvinas a un argentino después de la guerra y se instalo allí. Resulta que en las islas Georgias del Sur querían sacar los ciervos, que eran animales no autóctonos. Antes de que los mataran, él se llevo unos 15 ciervos vivos a bordo de su barco desde Georgias a Malvinas, a su “isla-campo”, para consumo personal: ahora tiene más de 200 (consume 60 por año). También hablamos de Skip Novak y del Fernande, entre otros. Auguin recuerda el velero Minitransat del francés que conocí yo en Dársena Norte, en Buenos Aires, allá por el 2004, que se perdió en el mar del sur, con un vendaval de 100 nudos que lo destruyó literalmente, matando a su único tripulante. Christophe editó un libro, un derrotero patagónico hecho a mano sobre base de fotocopias transmitidas entre los veleros navegados por franceses e italianos y de todo el mundo, que dibujaron muchas caletas y entradas para resguardarse de las fuertes tormentas. Es extremadamente práctico ante la falta de cartas confiables y “cuarterones” de la zona. No existen cartas de la zona. En su inigualable biblioteca de a bordo hay muchos libros dedicados al tema que le fueron regalados por navegantes extremos de todo el mundo. En muchos figura él mismo como el navegante extremo que es. Hay de ballenas, delfines, pájaros australes, de un noruego que vivió 25 años en las Georgias. Christophe sostiene que esas islas son las mas alucinantes, vírgenes y con la mayor densidad de fauna no alterada por el hombre del planeta.

Arribamos a la bahía de Puerto Bueno y, paradójicamente, nos encontramos con un velero fondeado. Un “bajón total” ya que no estábamos solos. Salió una chica a saludarnos. Eran franceses pero hablábamos en español. Muy contentos no estaban de vernos. Nosotros tampoco. Su capitán no salió de la cabina. Una vez fondeados, tiramos 3 cabos de más de 200 metros cada uno, aferrándonos a los árboles de la costa para estar bien asegurados. Luego fuimos a bajar la trampa de centolla que obtuvimos como regalo de los pescadores de Punta Arenas para obtener comida y allí comenzó la música. Uno de los momentos más mágicos del viaje sucedió cuando todos descubrimos ser músicos en potencia y empezamos a cantar y tocar instrumentos de una forma muy increíble. Todo empezó con Hans, el alemán, que resultó ser guitarrista de una banda alemana de rock, cantando Let it Be de Los Beatles. Así fuimos avanzando hasta las 6 de la mañana con el sol a pleno, cantando todos afuera canciones tipo espirituales, con ritmos africanos que fuimos inventando. El tradicional grito de guerra de Christophe y el rítmico de Erwan, su hijo, fueron los que nos marcaron el camino… El barco de los franceses, seguramente muy enojados, huyó a las 7 de la mañana. Quizás se asustaron un poco porque la música que hicimos era más de caníbales que de una banda de rock… Por la noche cocinamos las centollas: ya teníamos 6, una para cada uno. Les pedimos perdón y agradecimos su sacrificio antes de tirarlas en la olla de agua de mar hirviendo.

Puerto Eden y los delfines.
7 enero. Despertamos al mediodía. Llovía mucho y hacía bastante frío. La tripulación está un tanto decaída ya que llevamos varios días en la caleta y queremos zarpar.
Me pongo mucho abrigo y decido ir a revisar la trampa de centollas. En el camino diviso en el horizonte algo saltando en el agua que viene directo hacia mí. Un poco sorprendido miro mejor e identifico a dos delfines que venían a toda velocidad. Me invadió una sensación no habitual y una gran emoción; cuando llegaron, salimos los tres a jugar, yo en mi bote, y ellos saltando en mi proa, cruzándose de lado a lado. Al rato invito a los delfines a conocer el barco y es así que pongo el bote rumbo a la caleta. Vamos juntos y cuando llegamos el resto de la tripulación salió en respuesta a mis gritos y todos quedamos encantados ya que dieron varias vueltas al barco.

8 enero. A media mañana comenzamos los preparativos para zarpar. Fuimos subiendo el canal, hasta que al mediodía, un poco mas de brisa nos permitió derivar y apagar el motor, navegando con viento por la caleta. Con buena velocidad volvimos a entrar a otro canal, donde navegamos toda noche. Hoy hace más frío ya que entramos a la zona de los hielos continentales y empiezan a aparecer algunos pequeños témpanos, rodeados de grandes montañas que me recuerdan al Señor de los Anillos. Son las 10:30 y hace una hora terminó mi guardia. Pero vamos a atravesar un canal muy angosto, fuera de la ruta comercial, y promete ser alucinante.
Arribamos a Puerto Edén a las 18 horas luego de realizar una serie de bordes en el canal buscando la prestada. Es la única población entre Castro y Puerto Natales, o sea que volvíamos a cierta civilización. Habitan aquí 176 personas según el último censo del 2002, pero en realidad hoy no hay más de 50 personas. Su arquitectura la conforman algunas casitas al borde del mar conectadas por una pasarela de madera. En ella viven los últimos 5 kaweskar, pueblo originario que habitaba esta zona. Su contacto con el hombre blanco es el mínimo indispensable aunque conviven en el mismo poblado. Me conmovió tanto su historia que decidí ponerle “Kaweskar” a esta expedición en su honor. Por la noche cocinamos las 13 centollas que teníamos.

Glaciar Seno Iceberg.
12 enero. Zarpamos a las 8 de la mañana de Puerto Eden. Nuestro nuevo destino era el Glaciar Seno Iceberg, no muy conocido ni visitado por las embarcaciones, pero promete ser muy interesante, ya que en una de sus penínsulas dicen que hay autóctonos, los huemules, Navegamos tranquilos. Arribamos a la zona del glaciar, pero con un viento fuerte del Sudoeste. Decidimos pasar la noche en una caleta segura a unas 5 millas de los hielos continentales.

14 enero. Salimos todos a realizar un trekking al cerro de la lengua Sur del Glaciar Seno Iceberg. Uno de los objetivos era encontrar huemules. Tuvimos la suerte de encontrar 5 ejemplares y nos acercamos a menos de 2 metros de ellos: no le temen al hombre, viven en grandes penínsulas que se encuentran selladas con el continente por los glaciares, protegidos de depredadores naturales como el puma y el zorro… A las 3 de la tarde, tal lo acordado, Christophe nos buscó con el bote en el punto de encuentro para regresar a bordo, bastante cansados por cierto. Decidimos entonces cambiar el barco a una bahía mas segura luego de una charla con José, el único habitante de esta zona, un guarda parque chileno que reside en una casa próxima al glaciar. Resulto conocer a Marcelo Hostar, kayakista de Bariloche que el año pasado había explorado esta zona. Por la noche Marion cocinó un guiso, y volvió la música a bordo.

El fin del principio
Luego de la fiesta en la Isla de los Abuelos zarpamos sobre ese mar verde lechoso en dirección al Ventisquero Montt…Nos internamos hasta que el barco ya no podía pasar. Esa noche la pasamos en una playita de una isla sin nombre, camino a Caleta Tortel, nuestro destino final, donde desembarcaríamos Gonzalo y yo en un par de días. Una vez en Tortel, fondeamos en su bahía central. Se trata de un poblado de 500 habitantes, donde sus casas están comunicadas por pasarelas de madera muy singulares. Existen algunos hostales, lugares para comer algo aunque nada de Internet aquí tampoco. Empezamos ayudarle a Christophe a acomodar el barco, cargar agua y combustible y dejar todo lo mejor posible para nuestros amigos Alex, Roberto, Mercedes y Andrea, quienes vendrían desde Bariloche para tomar nuestros lugares.

El momento de la despedida llegó cuando Alex y compañía arribaron. Nosotros debíamos regresar con el mismo traslado, ya que no era fácil salir de allí. Así que nos juntamos todos en el muelle y con fuertes abrazos, y una indescriptible emoción tuvimos que decirle adiós a Christophe, Erwan, Marion y Hans.

Expedición Kaweskar me enseño muchas cosas. Principalmente a darle valor a cosas sencillas, a no depender tanto de la comunicación, a desprenderse de la conectividad diaria que nos tiene atrapado, en volver a nuestras fuentes. Y es por eso que digo que este viaje es el fin del principio que fui a buscar. Gracias Christophe. Bienvenido a Bariloche.

Todos los años se programan nuevas expediciones al sur. Para formar parte de una nueva aventura abordo del Antipode, contactarse con: Adrian Dannemann,  dannemannadrian@gmail.com

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