AMÉRICA EN MOTO :: Iván Pisarenko

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POR MARTíN ZUBIETA

Iván Pisarenko resolvió un día dejar de trabajar en el centro de la gran ciudad. Ya no sería abogado. Siempre había tenido ganas de recorrer el continente americano y el sueño se convirtió en praxis el 20 de mayo de 2005 en Seattle, Estados Unidos, desde donde partió con la idea de llegar a Ushuaia en nueve meses. El tiempo, que se extendió, pasó a un segundo plano y el viaje adquirió un sentido filosófico distinto. Ya no importaba tanto la celeridad. Importaba viajar. Pisarenko llegó a Tierra del Fuego el pasado 21 de abril.

Bariloche, preludio de los días de marzo. La tarde asoma como apacible, cálida. Iván Pisarenko está allí y su nombre podría ser el de alguno de los marineros del Kronstadt, el de uno de los sublevados del acorazado Potemkim, un personaje de Fiodor Dostoievski o el wing derecho del Dinamo de Moscú. Pero no. Es argentino, sereno, tranquilo y está bien cómodo sobre un sillón. Sus piernas reposan en la mesa ratona de madera que siempre está allí para eso, para apoyar los pies. Su moto, una Honda Transalp 650 modelo 2000, descansa en otra parte. Pisarenko espera el momento oportuno para volver a partir y terminar lo que empezara en 2005: atravesar América de norte a sur. Faltaba llegar a Tierra del Fuego, nada más. Volverá, seguro. Su proyecto incluye regresar a la Patagonia, quizá Bariloche, definitivamente.
Pisarenko relata, apasionado. Sabe que su experiencia es poco común. Y dice que siempre tuvo la idea de hacer un viaje por América, continente en el que excepción de las Guyanas y Brasil, pasó por todos los países. En el 2005 trabajaba en pleno dawntown de Buenos Aires, tal vez con traje. Estaba por recibirse de abogado (seguramente con traje…) y se dijo a sí mismo que había sido suficiente. Tenía 27 años y era el momento. Nunca se sabrá quién elige, si uno o el instante. Pero poco importa: ambas circunstancias habían coincidido. A la ruta: “Había decidido tomarme un descanso de nueve meses”, explica. “El viaje arrancó el 20 de mayo del 2005: salí desde Buenos Aires en avión, con la moto, hasta Seattle, al noroeste de los Estados Unidos. Tenía como un mes para cruzar Canadá y Alaska hasta llegar a Prudhoe Bay, en Alaska, frente al Ártico y la idea era, originalmente, llegar en febrero del 2006 a Tierra del Fuego. Pero me demoré un tanto, aunque la duración del viaje se transformó en irrelevante”, aclara convencido. Los más de 100. 000 kilómetros que viajó con su moto se transformarían en la condición necesaria (pero no suficiente) para encontrar lo realmente importante, aquello que, a la postre, convirtió al viaje de colosal en decididamente extraordinario: la gente y su calidez.
De acuerdo avanzaban los días, la cuestión del tiempo se relativizó, independientemente de cualquier geografía en particular. “El viaje comenzó a ser mucho más importante que el cronómetro y los calendarios. Fue un cambio mental, filosófico, y comenzó a producirse cuando mi hermano me visitó en San Francisco, Estados Unidos, y le conseguí una moto para viajar hasta Los Ángeles un fin de semana: se cayó de un acantilado y pasó un mes internado en un hospital. Y la idea del supuesto retraso comenzó a disiparse hasta desaparecer. Comencé a darle tiempo al tiempo. Luego en Baja California, en México, me quedé sin un centavo. Y ahora qué, pensé. Podría haber pedido ayuda a la Argentina a mis padres o mis hermanos, pero nunca me lo hubiera permitido, no era la idea. Me puse a trabajar tomándoles fotos a los turistas estadounidenses que hacían wind surf. Fue la primera vez que relacioné trabajo y placer, fue la primera vez que entendí que se podía trabajar de algo que te gusta y ganar unos pesos. Me había pasado la vida trabajando en cosas que detestaba. Me quedé allí varios meses”, recuerda. La pausa, las pausas, ya formaban parte del viaje. Ya no era necesario apurarse. No había motivo. La línea recta había pasado a ser, definitivamente, sólo un concepto de la geometría descriptiva.
Pisarenko nunca se alojó en hoteles. Al comienzo, acampaba. Pero desde México hacia el sur, la gente, los pobladores de los sitios que atravesaba, se transformaron en sus anfitriones: “La cuestión comenzó como un detalle que me permitía ahorrar, pero se transformó en fundamental, se convirtió en uno de los valores más importantes del viaje. No importaban los kilómetros recorridos ni el tiempo, importaba la gente y poder haber conocido personas y grupos familiares de todas partes de América”, estima.
“Nunca dejé de viajar pese a las detenciones “agrega Pisarenko-: fui fotógrafo de platos en algunos restaurantes, bar tender en Playa del Carmen, instructor de buceo y fotógrafo submarino en América Central, trabajé para distintos hoteles en Panamá y en Honduras, vendí publicidad para una revista en Tegucigalpa; en Colombia un amigo me diseño una remera con el mapa de América y el viaje y a partir de allí, comencé a vender remeras. Todo lo hice mientras no dejaba nunca de viajar. El viaje en su conjunto adoptó distintas facetas: crucé el Caribe en velero junto a otro tipo sin haber navegado jamás, con 7 días en medio de una tormenta infernal y después, en Ecuador me pasó por arriba un auto mientras viajaba por un camino de montaña. Me salvé, pero me fracturé la pelvis y me lesioné el nervio ciático. Estuve internado diez días allí y luego me trasladaron a Buenos Aires. Estuve seis meses fracturado y con la moto rota, pero la moto había quedado en Ecuador y yo estaba en Argentina”, rememora.
La rehabilitación fue larga pero como nada es para siempre, terminó. Y Pisarenko regresó al Ecuador, puso en condiciones su Honda y volvió a partir. Pirua, Huaraz (en el norte de Perú le habían regalado un perro y continuó el viaje con él) Cusco, la boliviana Copacabana (en Bolivia se le rompió el embrague de la moto e hizo más de la mitad del recorrido a bordo de un camión de papas), La Quiaca. “En La Quiaca, la Aduana me secuestró la moto con el argumento de que la tenía hace mucho tiempo fuera del país. Después de infinitas e inútiles conversaciones burocráticas les pregunté dónde iban a guardar la moto, que yo me sentaría al lado. Me dijeron que no podía hacerlo, que se trataba de un juicio largo. ˜Llevo más de cuatro años y medio viajando y no tengo otra cosa que hacer , dije. Y me senté al lado de la moto junto con el perro durante seis días. En ese momento el tema apareció hasta en la tapa de Clarín y me tuvieron que dejar ir porque era todo un gran absurdo. De todas formas, el juicio con la Aduana continúa: se trata de una infracción y ellos son los demandantes”, afirma Pisarenko.
Iván Pisarenko descansa. Piensa. Ahora. Mañana estará en Esquel, pasado quién sabe, en una semana en Chile. Tiene toda la Patagonia para él. Piensa regresar a Buenos Aires por la Ruta Nacional 3, pero primero tiene que llegar a destino. Leyó en alguna parte que había que confiar en los sueños, que había que ser persistente. El cumplió el suyo el 21 de abril de 2010 cuando ingresó a la isla de Tierra del Fuego a bordo de su moto como si nada extraordinario hubiese sucedido. –

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