Rajá, turrito, rajá :: BITACORA

POR MARTíN ZUBIETA

Los siete locos, de Roberto Arlt.

Hay lecturas que nunca terminan y existen textos a los que es indispensable regresar de tanto en tanto. No se pueden abandonar. La sentencia del título debe ser una de las más famosas y reconocidas de toda la literatura argentina. Tanto es así que el gran David Viñas -escritor, historiador, ensayista y notable polemista, quien murió recientemente- caminaba por la calle Corrientes, en Buenos Aires, con una remera con esta leyenda estampada en el pecho: “Rajá, turrito, rajá”. Viñas, en varias oportunidades, explicó que tanto Roberto Artl como sus personajes transitaban senderos en los que, poética y filosóficamente, la idea de Dios no existía. El escriba y sus fabulaciones habían sido prolijamente abandonados por las divinidades. Incluso las urbanas. La frase es una respuesta que el farmacéutico Ergueta, sentado en un bar de Perú y Avenida de Mayo, le lanza en la cara al casi desesperado Remo Erdosaín. Ambos forman parte de la galería de personajes que Roberto Arlt imaginó para su extraordinaria novela Los siete locos, publicada originalmente por Editorial Latina en 1929. Erdosain, un gris cobrador de una compañía azucarera, es acusado de robar 600 pesos y siete centavos. “Y los asombroso para Erdosain no consistía en el robo, sino en que no se revelara en su semblante que era un ladrón ¦”. Erdosain, conminado por sus jefes para presentarse con la plata y los recibos, deambula por Buenos Aires en busca de una solución. De lo contrario, irá a la cárcel. El azar lo encuentra con el farmacéutico Ergueta, un tipo absurdo y mefistofélico, transformado en un fundamentalista cristiano, que habla de revoluciones sociales que no explica y que se casó con una prostituta para expiar su espíritu y cumplir con los ritos. Le cuenta su drama y lo manguea. “Rajá, turrito, rajá”. Y Erdosain va al encuentro del Astrólogo, un extrañísimo y cínico sujeto que piensa en otra revolución (no se sabe si fascista o comunista, aunque parece estar claro que se tratará de una sociedad totalitaria en la que la tecnología tendrá un papel fundamental) a la que piensa financiar a través de la explotación de mujeres y de prostíbulos. Aparece, justo allí, otro personaje extravagante: el Rufián Melancólico, cuyo verdadero nombre es Arturo Haffner, viejo profesor de matemáticas que comparte algunas de las ideas del Astrólogo (aunque fundamentalmente está aburrido de casi todo) y también es un cafishio: vive de las mujeres, de las putas, y hasta se propone prostituir a una ciega. Él formará parte del intento, será el administrador de la cadena de prostíbulos, y resuelve, por el momento, el problema de Erdosaín. Antes, durante y después, está Barsut, primo de Elsa, la esposa de Remo, a quien odia y detesta. Todos se detestan. No está enamorado de Elsa: sólo quiere humillarla. No la ama, no la desea, no pretende robarle la mujer a Erdosain. Quiere ridiculizarla. Y es él, Barsut, quien denuncia a Erdosain a la compañía azucarera. Barsut, que le obsequia a Erdosain una brutal e inexplicable paliza cuando confiesa la delación, es la imagen de una obsesión. Todo es una miseria, una colección de extraordinarios personajes miserables, solos, dementes citadinos, soñadores absurdos y peligrosos, desesperados acaso, imaginados por un Arlt “hijo de inmigrantes y con estudios primarios incompletos- que, como todos, no tiene otra alternativa que la de ser fatalmente contemporáneo, un sujeto de su tiempo y de su circunstancia, que resuelve su literatura de manera brutal (en el sentido poético del término) Erdosaín, atormentado pero cerebral, resuelve secuestrar y asesinar a Barsut. La sentencia, la trampa, la fábula, el conflicto, la probable estafa, la mentira, están planteadas. Elsa ya ha abandonado al angustiado y metafísico Erdosaín: ” ¿Qué importa que yo sea un asesino o un degradado? ¿Importa eso? No. Es secundario. Hay algo más hermoso que la vileza de todos los hombres juntos, y es la alegría. Si yo estuviera alegre, la felicidad me absolvería de mi crimen. La alegría es lo esencial. Y también querer a alguien ¦” Arlt crea un mundo fabuloso y atroz, en el que el argumento y la trama están íntimamente relacionados con los personajes. Los siete locos es una inimitable novela de personajes atormentados por su existencia, todos encerrados en un laberinto. No es casual que se trate de un texto clásico, canónico, por motivos distintos “pero también inobjetables- por los que El Aleph de Jorge Luis Borges, por ejemplo, está también en el mismo anaquel de la misma biblioteca. Dice Erdosain, inmerso en su propio soliloquio: “…Si ahora viniera un dios y me preguntara: ¿quieres tener fuerzas para destruir la humanidad? ¿Yo la destruiría? ¿La destruiría yo? No, no la destruiría. Porque el poder hacerlo le quitaría interés al asunto. Además, ¿qué iba a hacer yo sólo en esta tierra? ¿Mirar cómo se oxidaban las dínamos en los talleres y cómo se desmoronaban los esqueletos que estaban a caballo encima de las calderas? Cierto es que él me ha abofeteado, pero, ¿me importa eso? ÓQué lista! ÓQué colección! El capitán, Elsa, Barsut, el Hombre de Cabeza de Jabalí, el Astrólogo, el Rufián, Ergueta. ÓQué lista! ¿De dónde habrán salido tantos monstruos? Yo mismo estoy descentrado, no soy el que soy, y sin embargo, algo necesito hacer para tener conciencia de mi existencia, para afirmarla. Eso mismo, para afirmarla. Porque yo soy como un muerto…” El libro puede leerse de manera independiente. Pero es imposible no avanzar hacía Los lanzallamas, novela publicada en 1931. Los personajes se repiten. La trampa se hace evidente. Unos viven. Otros son asesinados. Dentro de algunas inmortalidades alguien imaginará otras líneas sobre Los siete locos, un texto único e invulnerable. Arlt (1900-1942) nació y murió en Buenos Aires. –

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