LA TROCHITA :: Una mujer, un par de zapatillas y 168 kilómetros de soledad

TEXTO KATHARINA  BOCHOW / Arc’teryx
TRADUCCIÓN DEL INGLÉS MZ
FOTOS JACOB SLOT

Cornelia “Conny” Zamernik concretó una especie de proeza extraordinaria: corrió entre las míticas vías de La Trochita, entre El Maitén y Esquel, en cuatro días. Sola, sin GPS y sin teléfono celular. Ella y la inmensidad de la Patagonia. Nada más. Lo hizo por el simple placer de correr. “La idea siempre me apasionó”, dijo. Y partió. Run, Conny, run.

A veces el viento era demasiado fuerte y era hasta dificultoso mantenerme de pie. Me hacía estremecer y me sacudía una y otra vez, como a una caña de bambú”. Cornelia Zamernik sonríe sentada en el acogedor Piltriquitrón Lodge en Saint Anton, Austria. Tímidamente observa cómo se enfría su café. “Era difícil mantenerme de pie”, reitera. El viento alcanzaba velocidades que superaban los 100 kilómetros por hora, una circunstancia habitual en la provincia de Chubut, en plena Patagonia argentina, una zona ubicada 100 kilómetros al sur de Bariloche. Es indispensable ser muy fuerte para enfrentar esa clase de climas y, al mismo tiempo, es necesario estar bien entrenado para correr a través del terreno que supone un tendido ferroviario fantasmal, que tiene 75 años de antigüedad.

168 kilómetros en cuatro días solamente equipada con un par de zapatillas para correr por las vías puede sonar un tanto demencial, especialmente en una región tan solitaria y agreste como la Patagonia, famosa entre otras cosas por el Parque Nacional Torres del Paine. Bien el sur, casi en el fin del mundo y rodeada por los océanos Atlántico y Pacífico, el único pronóstico posible para el clima de la Patagonia es, justamente, que es impredecible. El desafío para Conny era, como ella misma sostiene, cruzar por “el más hermoso lugar de la Tierra”, luchando a su manera por esos viejos caminos ferroviarios: ella, absolutamente libre, de alguna manera desafió al viento. “Tenés mucho tiempo para pensar, para reflexionar y absorber y admirar toda la belleza de la naturaleza”, agrega.  Cualquiera que vea a Conny sentada cómodamente en el sillón de un hotel podría sorprenderse: ella nunca da la impresión de ser una atleta extrema ni intenta llamar la atención ni tampoco transformarse en el centro de la escena. Es extremadamente modesta como para hablar constantemente de su aventura en la Patagonia. “No se trata de nada especial, ¿no es cierto?”, desliza. La pregunta es cómo esta apasionada montañista y esquiadora decidió lanzarse a correr durante cuatro días al costado de un tendido ferroviario que hace años que nadie utiliza.

“La naturaleza salvaje alimenta mi alma”

Hace un par de años, Conny y un amigo manejaron a través del Río Negro y de la provincia de Chubut. Durante un alto a la vera de las vías abandonadas surgió el proyecto de correr a través de ellas. “Y jamás abandoné la idea”, dijo. Durante años la imagen de las vías serpenteando por el paisaje patagónico quedó grabada en su mente. Se trataba del lugar perfecto para una solitaria carrera sin equipamiento de ninguna clase. Conny halló la verdadera felicidad y la posibilidad de llevar a cabo su plan alrededor de un pensamiento simple: “La naturaleza alimenta mi alma”. La sentencia, al mismo tiempo, alimentó el deseo: “He corrido muchísimo aquí en Saint Anton. Pero frecuentemente me detengo a apreciar la naturaleza, los atardeceres y el cambio de colores”. Correr permite que Conny pueda mantener el equilibrio frente a la estresante rutina diaria.

Conny es una hermosa y pequeña mujer que parece hundirse en el inmenso respaldo del sillón en el que está sentada. No parece una deportista extrema. “Puedo alcanzar situaciones extremas. La gente que trabaja intensamente conoce demasiado bien su cuerpo, lo que te permite conocer tus propios límites”, explica. Y esa es la parte interesante y delicada: no avanzar más allá de los propios límites. Por ejemplo durante una carrera solitaria, en medio de los elementos que la naturaleza propone, con un pequeño mapa en la mano y la esperanza de que un amigo te espere en la próxima parada. Para Conny las pequeñas cosas son las que la impulsan a correr y las que le aportan determinación, a pesar de la fuerza y del rugido del viento, tanto de día como de noche. “Me encontré con dos trabajadores ferroviarios el primer día. Después de eso, no vi a nadie más”, afirmó.

Se trató de una experiencia extraordinaria, en la que fue posible observar pequeños grupos de mustangs salvajes en medio de la infinita extensión de la Patagonia. Durante la tercera jornada, en medio de una laguna, Conny pudo apreciar distintas aves juntos a grupos de ovejas que pastaban en sus costas. Esos encuentros le permitieron disfrutar y contar apasionadamente su periplo por la Patagonia. Nunca se quejó respecto a sus pies doloridos o a las molestias en su cadera durante los recorridos de 40 o 50 kilómetros diarios. Incluso no dijo una palabra sobre las privaciones que toleró o las penurias que debió soportar durante los exigentes (casi) 170 kilómetros de carrera.

Tampoco habló demasiado respecto a las solitarias vías férreas, algunas veces totalmente cubiertas de tierra y arena, lo que dificultaba su orientación. Ella, además, no mencionó que se le inflamaba la cadera, circunstancia que transformó en prácticamente imposible el hecho mismo de correr. Siempre supo perfectamente qué era lo que transformaba en diferente a su intento, aquello que le aportaba una motivación especial por parte del notable entorno natural que la rodeaba. Aquello que, en definitiva, le permitió concretar su idea.

Para Conny, una auténtica deportista extrema, el éxito no se relaciona con títulos o medallas. Hace algunos años intentó alcanzar los 8.000 metros que supone ascender al Himalaya. A los 7.000 metros debió regresar hasta el campamento base con su mochila sumamente cargada. Constantemente debió vencer el desafío de mantener su balance y equilibrio para no sucumbir en el intento. Trastabillaba, pero continuaba caminando. Aún hoy, cuando alguien le pregunta respecto a su particular odisea, lo primero que recuerda no son todos los metros que había escalado ni las dificultades del descenso: “Esa fue la primera vez que vi una verdadera marmota del Himalaya”, dice. Para ella, la experiencia crucial, la experiencia vivida es siempre el camino, la manera de conocer y de saber. Nunca la experiencia implica un fin en sí misma. Todo esto la transforma en una atleta verdaderamente especial

“Rendirme nunca fue una opción”

Cuando partió de El Maitén, Conny vestía pantalones especiales y ropa interior apropiada para la ocasión. Además, usaba una campera fosforescente. Jacob conduciría en forma paralela a las vías. Sin comunicación telefónica entre ellos, habían acordado encontrarse en el pequeño pueblo de Leleque, ubicado unos 50 kilómetros más adelante. De acuerdo a su experiencia y su entrenamiento, Conny sabía que podía correr 7 kilómetros por hora, aunque ignoraba las condiciones climáticas. Estaba nerviosa: se trataba de la primera carrera de largo recorrido y de esta naturaleza que intentaba. Jacob volvió a comprobar que todo estaba en orden: las barras energéticas, las frutas secas, el agua y una muda de ropa. Todo estaba listo. Jacob partió en su camioneta y dejó a Conny sola, junto a las vías del ferrocarril y la inmensidad de la Patagonia. La tensión se había transformado en felicidad absoluta. Los primeros 10 kilómetros volaron. Las vías cruzan la meseta como si se tratara de una imagen particular. Los coirones están siempre a ambos lados de La Trochita y en algunos lugares han cubierto por completo el trazado, como si la civilización se hubiese olvidado de la región hace ya mucho tiempo: la naturaleza reina ahora, nuevamente. Comienza a hacer más frío. También a llover. Y un poco más tarde a granizar. Conny, en medio de la tormenta, empieza a sentir frío, a pesar de la vestimenta especial que usa. El fuerte viento patagónico cala hasta los huesos. Tambaleando entre el húmedo y resbaladizo metal de los rieles Conny se pregunta, quizá por única vez, qué demonios hace en ese lugar. Al mirar hacia atrás y recordar el momento, no puede hacer otra cosa que sonreír. “Rendirme nunca fue una opción a tener en cuenta. Yo sé cuánto puedo resistir”, asegura.  En el medio de la tormenta corrió los 50 kilómetros hasta Leleque, donde se encontró con Jacob, tal como estaba previsto. Allí, los planes se modificaron: Conny no pasaría la noche en una carpa. Estaba totalmente empapada y necesitaba una ducha caliente y una cama apropiada y cómoda. Encontraron ambas cosas en una pequeña casa de huéspedes ubicada cerca de la estación Leleque.

Al día siguiente había que correr 42 kilómetros (la distancia de una maratón) entre Leleque y Lepa. Por momentos, las vías corren paralelas a la Ruta 40, una pequeña carretera que une Bariloche con Esquel. Luego los rieles se dirigen hacia el Cordón Leleque y cruzan precisamente la Estancia Leleque, una de las propiedades privadas más extensas dedicadas a la ganadería del sur argentino. El terreno se transforma en más arduo y polvoriento. Una y otra vez Conny debe detenerse para sacudir la arena de sus pies. No es una situación cómoda, pero debe hacerlo: aún no tiene ampollas. Busca y encuentra una buena velocidad crucero. Corre y jamás deja de admirar la vista que tiene de la meseta patagónica y de los picos nevados que hacia el horizonte no tan lejano ofrece la Cordillera de los Andes, que se mezcla con un cielo blanco e infinito.

La arena y el acero de los rieles, mientras tanto, cuentan su propia historia. El ramal se inauguró en 1945, fundamentalmente para transportar lana. La Trochita (también conocida como The Old Patagonian Express, el Viejo Expreso Patagónico) se transformó en vital para toda la región. El norte había logrado ciertos estándares de industrialización y el ferrocarril se encargaba de proveer suministros a los criadores de ovejas, que se ubicaban más al sur. Pero la era del ferrocarril no subsistió demasiado tiempo: se construyeron nuevos caminos que de inmediato se transformaron en una alternativa más barata. El sistema ferroviario se dejó de utilizar.

La tercera jornada se convirtió en la más difícil. Las vías ascendían y descendían constantemente, lo que fatigaba aún más a Conny. Además, debió cruzar varios puentes, lo que aportó un nuevo condimento al día de carrera, ya que las ráfagas eran fuertes y traicioneras. “Paré de contar luego del vigésimo puente”, aclaró. Durante los cuatro días se movió entre los 500 y los 900 metros sobre el nivel del mar, debiendo sobrellevar temperaturas que arrancaron en cero y llegaron hasta los quince grados centígrados. “Utilizar la ropa adecuada constituía un verdadero desafío diario”, admitió. En este sentido, Conny eligió distintas combinaciones que incluían ropa de esquí y ropa interior provistas por su sponsor, Arc’teryx.

Corriendo en un túnel de viento

El cuarto y último día suponía que el objetivo estaba al alcance de la mano. Conny estaba absolutamente orgullosa y alegre. También un tanto abrumada por la experiencia y por lo que estaba por lograr. Además de los pies lastimados, sabía que se trataba del último esfuerzo y de los kilómetros finales. De repente, el contorno de la ciudad de Esquel apareció en el horizonte, pero el temor se transformó en insostenible. Le dolía todo el cuerpo y la arena la torturaba: no podía correr cómodamente. Su mente era dominada por el viento, que le impedía avanzar. No obstante, Conny alimentaba el sentimiento de que su aventura en contacto con la naturaleza era única, el único tesoro que realmente había valido la pena de correr por un viejo y desvencijado tendido ferroviario a través de la desolación, en un medio ambiente hostil y complicado. Atravesó un hermoso lago salado en el que un avestruz salvaje caminaba lentamente. El espectáculo era impresionante: Conny se había olvidado del miedo y los dolores.

El 3 de octubre Conny arribó a la estación de Esquel, exhausta, feliz, aliviada y un tanto sorprendida por su propia osadía. El mapa no sólo mostraba el tendido ferroviario. También el objetivo que Conny se había propuesto conseguir: había consumado una carrera de 168 kilómetros bajo condiciones extremas que implicaron un impresionante desafío mental y físico.

Conny sostiene su taza de café con ambas manos. Sonríe. Mira hacia su calzado. Y dice: “Si alguna vez vuelvo a intentarlo, seguro que voy a llevar dos pares de zapatillas”. ■

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