Borges, textos y política

POR MARTÍN ZUBIETA

Breve repaso por un mundo de distritos laberínticos.

Jorge Luis Borges (1899-1986) trabajaba como auxiliar en la Biblioteca Pública Miguel Cané de Buenos Aires cuando se produjo la llegada formal de Juan Domingo Perón al poder en 1946. El empleo, sin embargo, no parece haberle aportado demasiadas felicidades: en su Autobiografía reconoce que “fueron nueve años de continua desdicha”, además de aceptar – de manera exagerada – que “aunque resulte irónico, en esa época yo era un escritor bastante conocido, salvo en la biblioteca”.

Ante el nuevo fenómeno político Borges no permaneció indiferente y en los años 1945-46 había firmado algunas solicitadas y artículos contrarios a Perón. Las autoridades decidieron removerlo de su cargo de “auxiliar de tercera” en la pequeña biblioteca del barrio de Almagro con rumbo al Mercado de Concentración de Aves, Huevos y Afines, que dependía también de la misma burocracia municipal. Dijo Borges: “Me presenté en la Municipalidad para preguntar a qué se debía ese nombramiento… Bueno -contestó el empleado- usted fue partidario de los aliados durante la guerra. Entonces ¿qué pretende? Esa afirmación era irrefutable, y al día siguiente presenté mi renuncia”. Y renunció el 28 de junio de 1946.

A pocos meses de abandonar su trabajo, un grupo de intelectuales le ofreció una especie de “cena de desagravio”. Pedro Henríquez Ureña leyó un texto especialmente redactado por Borges para la ocasión. Dice, entre otros puntos: “…las dictaduras fomentan la opresión, las dictaduras fomentan el servilismo, las dictaduras fomentan la crueldad; más abominable es el hecho de que fomenten la idiotez. Botones que balbucean imperativos, efigies de caudillos, vivas y nueras prefijados, muros exornados de nombres, ceremonias unánimes, la mera disciplina usurpando el poder de la lucidez… Combatir esas tristes monotonías es uno de los muchos deberes del escritor. ¿Habré de recordar a lectores del Martín Fierro y Don Segundo Sombra que el individualismo es una vieja virtud argentina?”.

Sin apartarse siquiera un milímetro de su pasión por la literatura, leía o dictaba una declaración política en la que su percepción frente al peronismo comenzaba a transformarse en definitiva. La diferencia entre lo que sucedía y lo que deseaba era abismal. Emir Rodríguez Monegal, amigo personal y biógrafo de JLB, intentaba argumentar que Perón era algo más que un presidente autoritario que fomentaba leyes sociales necesarias para la clase obrera argentina pero…”¿Cómo se puede establecer un diálogo con un hombre que está soñando? Borges me imponía sus pesadillas… Su visión había creado con esta realidad mediocre un laberinto, y yo también estaba perdido en él.” La Revolución Libertadora que derrocó a Perón en septiembre de 1955 lo nombró director de la Biblioteca Nacional. Ejerció el cargo hasta 1973, cuando el peronismo retornó al poder.

ANTES DEL DESPUÉS
Configurado ya su antiperonismo irredento, el resto de las observaciones políticas de Borges fueron muchas veces contradictorias. Contradicciones que, por otra parte, jamás se tradujeron en levantamientos en masa, revoluciones, huelgas generales o mitines clandestinos. Ni siquiera en una elemental candidatura. Adquirían cierta trascendencia por tratarse de quien se trataba. En muchas oportunidades mencionó una particular simpatía por el anarquismo (“estoy por un mínimo de Estado y un máximo de individuo”), “anarquismo ilustrado” heredado de su padre. Durante su época europea (durante la Primera Guerra Mundial) escribió un texto llamado Los ritmos rojos, un libro de poemas que, de acuerdo a sus palabras, “elogiaban la Revolución Rusa, la hermandad del hombre y el pacifismo… Destruí ese libro en España, la víspera de nuestra partida…”. Con el tiempo renegó del comunismo y lo vinculó directamente con lo peor que traían aparejados el nacionalismo, los totalitarismos y las dictaduras. En 1984 explicaba que ser comunista en 1920 significaba una idea de fraternidad entre todos los hombres y la supresión de las fronteras “y no el imperialismo ruso, como es ahora”. Las palabras cambian de sentido, afirmaba Borges.

Quizá repitiendo de memoria páginas enteras de Heine, Hölderling, Goethe o Novalis, Borges siempre mantuvo una postura decididamente combativa contra el nazismo, que sería constante. Estos párrafos de octubre de 1939 sirven de ejemplo: “Quienes abominan de Hitler, suelen abominar también de Alemania. Mi sangre y el amor de las letras me acercan indisolublemente a Inglaterra; los años y los libros a Francia; a Alemania, una pura inclinación….Yo abomino, precisamente, de Hitler porque no comparte mi fe en el pueblo alemán; porque juzga que para desquitarse de 1918, no hay otra pedagogía que la barbarie, ni mejor estímulo que los campos de concentración… Es posible que una derrota alemana sea la ruina de Alemania; es indiscutible que su victoria sería la ruina y el envilecimiento del orbe… Espero que los años nos traerán la venturosa aniquilación de Adolf Hitler, hijo atroz de Versalles”.

PASADO Y PRESENTE
El 20 de mayo de 1976 los diarios porteños publicaron en tapa una noticia hoy ampliamente conocida. La Nación, por ejemplo, tituló: “Habló con escritores el presidente de la Nación”. El “presidente de la Nación” era Jorge Rafael Videla. En esa oportunidad Borges agradeció el golpe de Estado del 24 de marzo, “que sacó al país de la ignominia y le manifesté mi simpatía (a Videla) por haber enfrentado la responsabilidad del Gobierno. Yo que nunca he sabido gobernar mi vida, menos podría gobernar el país”. Tiempo después, el 28 de septiembre de 1980, desde las páginas de Clarín, minimizó éste y algún otro encuentro: “Vi al presidente argentino un par de veces, traté de hablar mal de Perón, para comenzar, y en seguida se tapó la conversación”. Borges, en ese mismo artículo, se manifestó contrario a la violencia, reivindicó su especial anarquismo, abominó una vez más del fascismo y del comunismo y agregó: “Quizá porque tengo 81 años se me ve como a un viejo reaccionario”. Para él, el pueblo argentino carecía de esperanzas y perspectivas y la fuerza de los militares para gobernar residía “en la resignación y el escepticismo y un gobierno no puede basarse en la resignación para conducir un país”. Dijo además no aceptar la detención clandestina de presos políticos y explicó que la Junta Militar había reemplazado un terrorismo por otro.

En ese contexto, Borges había firmado la primera solicitada publicada por Clarín el 12 de agosto de 1980 pidiendo por el destino de los ciudadanos desaparecidos (la primera en cualquier diario argentino durante los años de plomo se publicó en La Prensa el 5 de octubre de 1977). Junto a él estamparon su nombre, entre otros, Ernesto Sábato, Adolfo Pérez Esquivel, Raúl Alfonsín, Adolfo Bioy Casares, Hermenegildo Sábat, César Luis Menotti, Carlos Saúl Menem o Miguel Hesayne. En varias oportunidades retomó la idea de que en la Argentina se había pasado de un terrorismo sonoro a un terrorismo clandestino” y en un reportaje que le realizara Roberto Alifano (Clarín, 10 de abril de 1981) declaró que era necesario que el gobierno publicase las listas con los nombres de los desaparecidos, “pero eso no va a suceder. Hacer eso es declararse culpable”. 

En 1978, el conflicto con Chile por el Canal de Beagle era un tema corriente en los diarios de la época. Borges se había opuesto a una guerra entre argentinos y chilenos, y se había referido a esa posibilidad calificándola de “insensatez” o de “crimen”. El periodista Manfred Schönfeld publicó un artículo en La Prensa titulado, precisamente, Borges y el crimen de la guerra. Comenta la biografía y la obra del poeta, en la que “la guerra, el coraje y la crueldad que llega a un nivel de soberbia demoníaca, acompañan al lector de Borges con retumbantes pulsaciones nietzscheanas”. El periodista coincide en no hacer apología de la guerra, pero advierte que “con semejantes antecedentes, el hombre que es en la actualidad la figura prócer de la vida intelectual argentina no debería asombrarse – ni aterrarse – ante el hecho de que se hable de guerra como de una posibilidad”.

Borges respondió unos días después desde las mismas páginas. “Es común y a veces necesario tener que defenderse de un agresor, mi curioso destino quiere ahora que me defienda de un defensor”, afirmó. Dijo luego: “… En lo que se refiere a la Guerra de la Independencia, en la que fuimos compañeros de armas chilenos y argentinos, entiendo que no hay motivo para avergonzarnos de las jornadas de Chacabuco y Maipú. Yo afirmé que la guerra que nos amenaza sería una insensatez y un crimen, no que todas las guerras lo sean. En cuanto al copioso arsenal que ha coleccionado a lo largo de una obra de medio siglo el autor del artículo, básteme aclarar que no me identifico con esos argumentos. No he exaltado el “sórdido cuchillo” (el adjetivo es mío) de Juan Muraña; mis milongas de orilleros no son didácticas. No soy ninguno de los hermanos Nielsen de La intrusa. Acusarme de ello sería como acusar de piratería en alta mar a Robert Louis Stevenson, cuyas hermosas páginas abundan en bucaneros”. Schönfeld se había preguntado «¿si algún día, en un punto de una frontera que preferimos no precisar, un soldado argentino que quizá no haya leído el Poema Conjetural sintiese un ¨íntimo bayonetazo¨ en su garganta, diría Jorge Luis Borges que la guerra es un crimen, o dirá que ese soldado se ha encontrado con su ¨destino sudamericano¨?”. Borges respondió: “Precisamente si me opongo a una guerra es para salvar a ese joven, argentino o chileno (los hombres no se miden en mapas), de la bayoneta que el señor Schönfeld agrega a su ya considerable panoplia”. 

RUMBO A LA ETERNIDAD
En 1982, año de la Guerra de Malvinas, Borges tampoco ganó el Premio Nobel, detalle que no anuló su capacidad para razonar sobre la cuestión. Señalaba a la ruina económica, la desocupación, el hambre, la violencia, el insensato nacionalismo y “la casi general ausencia de ética”, como los males que abrumaban a la Patria. Percibía, entre filosófico y cansado, que se habían confundido ciertas cosas: “Una, el derecho de un Estado sobre tal o cual territorio; otra, la invasión de ese territorio. La primera es de orden jurídico; la segunda es un hecho físico. Se ha invocado el derecho internacional para justificar un acto que es contrario a todo derecho. Esa transparente falacia, que no llega a ser un sofisma, tiene la culpa de la muerte de un indefinido número de hombres, que fueron enviados a morir o, lo que es mucho peor, a matar. No es menos raro el hecho de que se hable siempre del territorio y no de los habitantes, como si la nieve y la arena fueran más reales que los seres humanos. Los isleños no fueron interrogados; no lo fueron tampoco veintitantos millones de argentinos”.

Al igual que en una cíclica partida de tute, a veces jugaba “a menos”. Como cuando dijo “me sé del todo indigno de opinión en materia política”, a lo que agregó que descreía de la democracia, “ese curioso abuso de la estadística”. Volvió sobre ese argumento a fines de noviembre de 1983, después del triunfo de Raúl Alfonsín en las elecciones generales. En un encuentro con el presidente electo, de acuerdo a lo que reportó La Nación, Borges afirmó: “Yo descreí de la democracia, creí que era un caos. Pero ese caos ha demostrado, el 30 de octubre, su voluntad de ser un cosmos. Ahora tenemos derecho a la esperanza. Mejor dicho: tenemos el deber de la esperanza. Pero esa esperanza no debe ser impaciente, quizá serán precisos muchos años. Pero seguramente lo que fue una agonía será también una resurrección”.

Borges fue anarquista, comunista, radical, opositor acérrimo del nazismo, se afilió al partido conservador (“…es la forma más actual del escepticismo”), antiperonista. Prologó el primer texto de Arturo Jauretche, El paso de los libres, y “después se hizo peronista y no lo vi más”. Admiró el valor del sargento Cruz cuando se pasó del lado de Martín Fierro y afirmó que el Che Guevara había sido “partidario de un tirano. Pablo Neruda le parecía “un excelente poeta pero un mal hombre”, sólo porque el chileno era miembro del Partido Comunista, cuyo líder era Stalin.

Juan Gelman (1930-2014), en un artículo titulado Borges o el valor, decía que “a diferencia de otros intelectuales que nunca supieron reconocer sus agachadas frente a la dictadura militar Borges reconoció sus errores… (habla Borges) Sí, mucha gente me ha acusado de no estar al día. Pero, ¿qué podía hacer yo? Vivo solo, no conozco mucha gente, no leo los diarios… Pero ahora claro que sé sobre toda esa miseria y todos esos crímenes, uno detrás del otro. Es por eso que no hablé antes. “Ignorancia, querida señora, mera ignorancia”, como decía el doctor Johnson. Ahora creo que sé más y me siento triste, amando como amo a mi país”.

Gelman también hace referencia a los comentarios que hiciera Borges cuando murió Julio Cortázar en 1984. Muchos intelectuales y escritores, afirma, se “vieron obligados” a disentir públicamente con las convicciones políticas del muerto. Borges, escribe Gelman, “se declaraba honrado de haber publicado el primer texto de Cortázar que vio la luz -”Casa Tomada”- y en un breve párrafo final (aplicable al propio Borges) aludía al contexto: ¨Julio Cortázar ha sido condenado, o aprobado, por sus opiniones políticas. Fuera de la ética, entiendo que las opiniones políticas de un hombre suelen ser superficiales y efímeras¨. Así responde la grandeza a la mezquindad, y a la cobardía, el valor verdadero”.

Acaso habrá que estar de acuerdo con Gelman y con el propio Borges, que después de todo no será más que un poeta. Un extraordinario poet.

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